TRANSPORTE ¿PÚBLICO O PRIVADO?
Evidentemente que los automóviles contaminan
hasta el alma.
También que más que el tabaco, pero ese es
otro tema.
Las ciudades y sus calles están atestadas de
vehículos rodando todo el día sin descanso, las carreteras son avisperos
errantes.
Los gobiernos no paran de hacer más y más
carreteras de salida, de entrada y de atascos.
¿Para qué? Siguen estando hasta las nubes de
tráfico contaminante e irritante.
La solución óptima sería utilizar el
transporte público, liberaríamos calles y veredas de tanto monstruo ambulante
despidiendo gases contaminantes. Las ciudades serían más elegantes y sanas,
mucho más atractivas y evocadoras, los coches y motos aparcadas por doquier dan
un aspecto de tumulto mal organizado, los garajes y parking no serían centrales
de gases que absorben fumadores activos y pasivos, las embarazadas ya toman
chutes de gasolina en nuestros agujeros subterráneos cada vez que aparcan su
vehículo, algo que los actores principales de la prohibición del tabaco no han
contemplado todavía, tal vez no les interese de momento.
Pero ¿Quién se atreve a meterse en el oscuro
y negro agujero del metro o en el deambulante monstruo del autobús? Los que
pueden evitarlo desde luego que no.
Por experiencia propia, gracias a las
instalaciones del metro he fortalecido mis piernas cual jugador de voleibol,
sus interminables escaleras de subida y de bajada, acaban reforzando el cuerpo
y la paciencia, además de inmunizarte contra resfriados y gripes, sus eternos y
constantes cambios de temperatura, corrientes de aire y absorción de miles de
miles de virus que habitan en total armonía con los pasajeros, te fortalecen o
te matan.
Los eternos pasillos lúgubres como laberintos
mal intencionados y miles de letreros orientativos llegan a marearte, los
aromas vomitivos te taponan las fosas nasales de por vida, la gente siempre
civilizada profana tus pies y tira de tu bolso con total normalidad, el civismo
queda sedentario en los pocos banquillos que existen en los andenes, moldean tu
silueta tantos cuerpos sean necesarios, de arriba a bajo y en todo tu contorno,
no queda espacio sin haber pasado la inspección de alguna mano, pie o sobaco
rozandote despiadadamente.
Los retrasos incomprensibles o alguna huelga
encubierta revientan los relojes de los mortales que debemos cumplir un
asfixiante horario.
Los trayectos fuera de la ciudad son tediosos
y largos en el tiempo, los horarios igual de dilatados, los empleados de dichos
transportes han optado por la fuga cobarde y han desertado ya que no se
visualiza ninguno, quedando solos ante el peligro los uniformados encargados de
no dejar pasar ni una mosca sin pasar por caja, aunque su labor es poco
productiva ante los empujones que me he visto sometida para aprovechar mi
billete, empotrándome contra el muro frontal con suma violencia.
Puedes salir airoso y sobrevivir a tal
experiencia sin que te hayan violado, robado o sobado constantemente y
diariamente, luego es posible que tanta frustración la paguemos con el primer
desgraciado que se nos cruce, debemos desahogarnos, es normal.
Los autobuses pasan a un grado mayor, los
charcos que salpican tus pies cuando llevas plantado en una parada de autobús
con un techo de medio metro para que el sol pueda expandirse libremente y sin
ataduras, son el recibimiento del nuevo día, siempre es mejor que los días
lluviosos o de ventisca ya que deberás enroscarte dentro de tu paraguas como la
serpiente del paraíso. Solo se salvaguardan los anuncios de unos dientes
blancos como la nieve o alguna oferta lasciva y provocadora que te distrae de
tanta inclemencia.
Si se cumplen los horarios en alguna ocasión
puedes dar gracias de poder subir de una pieza, eso si hay que evitar los carritos de la compra que cruelmente y
despiadadamente remontan sobre tus pies sin ningún remordimiento como una
atracción de feria, los brazos en alto cual amenaza, cogidos de las altas
barras a las cuales yo no llego, desprenden distintos y armonizantes olores
sumiéndote en un éxtasis difícil de definir.
Si, tengo mi coche, soy culpable, voy a mi
aire, lo cojo y lo dejo donde y cuando ansío, sintonizo mi música favorita y
enciendo mi cigarrillo sin miedo a matar a nadie, me acomodo y calculo mi
tiempo aproximado para la ruta elegida, absorbo únicamente mi perfume en
fragancias deliciosas, mi bolso descansa tranquilo sin miedos ni sobresaltos.
¿Por qué voy a utilizar un transporte público
que me altera los planes y los nervios?
Esther
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