dimarts, 4 d’agost del 2015

TRANPORTE ¿Público o privado?



TRANSPORTE ¿PÚBLICO O PRIVADO?

Evidentemente que los automóviles contaminan hasta el alma.
También que más que el tabaco, pero ese es otro tema.
Las ciudades y sus calles están atestadas de vehículos rodando todo el día sin descanso, las carreteras son avisperos errantes.
Los gobiernos no paran de hacer más y más carreteras de salida, de entrada y de atascos.
¿Para qué? Siguen estando hasta las nubes de tráfico contaminante e irritante.
La solución óptima sería utilizar el transporte público, liberaríamos calles y veredas de tanto monstruo ambulante despidiendo gases contaminantes. Las ciudades serían más elegantes y sanas, mucho más atractivas y evocadoras, los coches y motos aparcadas por doquier dan un aspecto de tumulto mal organizado, los garajes y parking no serían centrales de gases que absorben fumadores activos y pasivos, las embarazadas ya toman chutes de gasolina en nuestros agujeros subterráneos cada vez que aparcan su vehículo, algo que los actores principales de la prohibición del tabaco no han contemplado todavía, tal vez no les interese de momento.
Pero ¿Quién se atreve a meterse en el oscuro y negro agujero del metro o en el deambulante monstruo del autobús? Los que pueden evitarlo desde luego que no.
Por experiencia propia, gracias a las instalaciones del metro he fortalecido mis piernas cual jugador de voleibol, sus interminables escaleras de subida y de bajada, acaban reforzando el cuerpo y la paciencia, además de inmunizarte contra resfriados y gripes, sus eternos y constantes cambios de temperatura, corrientes de aire y absorción de miles de miles de virus que habitan en total armonía con los pasajeros, te fortalecen o te matan.
Los eternos pasillos lúgubres como laberintos mal intencionados y miles de letreros orientativos llegan a marearte, los aromas vomitivos te taponan las fosas nasales de por vida, la gente siempre civilizada profana tus pies y tira de tu bolso con total normalidad, el civismo queda sedentario en los pocos banquillos que existen en los andenes, moldean tu silueta tantos cuerpos sean necesarios, de arriba a bajo y en todo tu contorno, no queda espacio sin haber pasado la inspección de alguna mano, pie o sobaco rozandote despiadadamente.
Los retrasos incomprensibles o alguna huelga encubierta revientan los relojes de los mortales que debemos cumplir un asfixiante horario.
Los trayectos fuera de la ciudad son tediosos y largos en el tiempo, los horarios igual de dilatados, los empleados de dichos transportes han optado por la fuga cobarde y han desertado ya que no se visualiza ninguno, quedando solos ante el peligro los uniformados encargados de no dejar pasar ni una mosca sin pasar por caja, aunque su labor es poco productiva ante los empujones que me he visto sometida para aprovechar mi billete, empotrándome contra el muro frontal con suma violencia.
Puedes salir airoso y sobrevivir a tal experiencia sin que te hayan violado, robado o sobado constantemente y diariamente, luego es posible que tanta frustración la paguemos con el primer desgraciado que se nos cruce, debemos desahogarnos, es normal.
Los autobuses pasan a un grado mayor, los charcos que salpican tus pies cuando llevas plantado en una parada de autobús con un techo de medio metro para que el sol pueda expandirse libremente y sin ataduras, son el recibimiento del nuevo día, siempre es mejor que los días lluviosos o de ventisca ya que deberás enroscarte dentro de tu paraguas como la serpiente del paraíso. Solo se salvaguardan los anuncios de unos dientes blancos como la nieve o alguna oferta lasciva y provocadora que te distrae de tanta inclemencia.
Si se cumplen los horarios en alguna ocasión puedes dar gracias de poder subir de una pieza, eso si hay que evitar  los carritos de la compra que cruelmente y despiadadamente remontan sobre tus pies sin ningún remordimiento como una atracción de feria, los brazos en alto cual amenaza, cogidos de las altas barras a las cuales yo no llego, desprenden distintos y armonizantes olores sumiéndote en un éxtasis difícil de definir.
Si, tengo mi coche, soy culpable, voy a mi aire, lo cojo y lo dejo donde y cuando ansío, sintonizo mi música favorita y enciendo mi cigarrillo sin miedo a matar a nadie, me acomodo y calculo mi tiempo aproximado para la ruta elegida, absorbo únicamente mi perfume en fragancias deliciosas, mi bolso descansa tranquilo sin miedos ni sobresaltos.
¿Por qué voy a utilizar un transporte público que me altera los planes y los nervios?

Esther

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada